Aprendices de brujos: sobre la inutilidad de los remedios naturales
Lo que nos faltaba. Además de tener que estudiar cada día para asimilar los rapidísimos y continuos avances que experimentan la cardiología o la medicina, ahora tenemos que estar empollados también de los remedios extracientíficos.
¿Qué hacer si no ante el paciente que planta en la mesa de la consulta una ristra de botes con pastillas de diversos colores cuyos nombres no nos suenan y cuyas utilidades desconocemos? En algunas zonas del país es muy habitual que los pacientes antes de acudir a las consultas de los especialistas, a la vez o incluso después recurran a profesionales y terapias sin fundamento científico: rey similares. Algunos de estos son profesionales preparados y actúan lealmente. Y algunos de sus remedios poseen en cierta medida las propiedades que señalan. Pero hay muchos intrusos, impreparados, charlatanes y engañadores. Los/as que antes se llamaban y algunos/as ahora también brujos/as. Y los pacientes acuden a las «consultas» de estos seudoprofesionales con gran asiduidad. Y también, todo hay que decirlo, con gran fe. O bien compran directamente por internet o en tiendas «especializadas» innumerables y variopintos remedios «naturales».
Las razones por las que los pacientes recurren a estos falsos remedios son muy diversas. Unos piensan que los remedios «naturales» son más suaves, no «meten química» al organismo y no son tóxicos. Hay quienes los usan para problemas «funcionales» que exigen que la persona «se equilibre». Otros recurren a estos métodos de eficacia cuestionable cuando la medicina tradicional no les cura. O complementan esta con las «medicinas alternativas». O bien alternan ambas a temporadas para desintoxicarse. Los hay que no se fían de los médicos y recurren a lo que sea para no vernos. Y… mil y una razones más.
Casi todas equivocadas. Es comprensible recurrir a remedios caseros para patologías banales, ante las que no conviene sobremedicar y para las que siglos de experiencia y tradición algo tendrían que servir. De hecho, muchos medicamentos no son sino remedios vegetales tradicionales pasados por un procesado industrial, sistemas de purificación y controles de calidad.
Pero otra cosa es contraponer los remedios «naturales» con los medicamentos. El que sean naturales no significa que sean inocuos o atóxicos. Ni que estén desprovistos de efectos indeseados y de interacciones con alimentos, fármacos u otras sustancias. Y tampoco tienen nada que ver en cuanto a eficacia frente a la enfermedad o síntoma para los que se prescriben. Debe decirse con la misma rotundidad que respeto que casi ninguno de los remedios «naturales» ha demostrado fehacientemente sus pretendidas virtudes. Poquísimos han sido ensayados con el método científico (sí, ese al que debemos todo el progreso material de los últimos tres o cuatro siglos por lo menos). Y desde luego la vigilancia y el control por parte de las autoridades sobre sus canales de difusión y propaganda dejan mucho que desear.
No sirve ante estos casos desdeñar el asunto. Aunque estemos convencidos de la inutilidad de casi todas estas terapias, los pacientes las seguirán tomando. Y nosotros no tendremos más remedio que aprender algo más sobre ellas para aconsejarles cabalmente y para asegurarnos de que no hay interacciones con los fármacos que correctamente hemos recetado.
Los pacientes tienen derecho a beneficiarse de lo que científicamente ha demostrado eficacia, que hasta ahora solo son los fármacos recomendados para cada indicación. También tienen derecho a saber las cosas y a que se les asegure sin ambages la inutilidad de los remedios «naturales». En los cuales, por cierto, se gastan una buena cantidad de dinero, que sin embargo escatiman cuando se les pide un mínimo esfuerzo en las medicinas que realmente curan.
Artículo escrito por el Dr. Eduardo Alegría Ezquerra en www.secardiologia.es