«Nuestras pautas de sueño y de realización de funciones biológicas durante el día están gobernadas por nuestro cerebro, y por los ritmos circadianos que varían de día en día. En ellos la luz y la temperatura tienen una influencia muy importante», explica el neurólogo y director del centro de investigación Parkinson de Policlínica Gipuzkoa, Gurutz Linazasoro.
En palabras del especialista, «cuando los niveles de luz bajan, se envía una orden al cerebro para que la epífisis segregue una sustancia que se llama melatonina, que es lo que nos invita a dormir», asegura Gurutz Linazasoro, quien añade, «con el cambio de hora, vamos a tener más luz, por lo que también se retrasará esta señal para la secreción de melatonina, y puede producir algún pequeño retraso en nuestras ganas de dormir o alguna alteración del sueño».
Al ‘ganar’ una hora de luz es normal que tengamos algún retraso en nuestras ganas de dormir o alguna alteración del sueño, y nos mostremos durante el día más activos, más ansiosos y, en pocas ocasiones, más irritables. «Curiosamente –subraya el neurólogo-, cuando este cambio se produce en la primavera cuando se ‘gana’ una hora de luz. Sin embargo, en el otoño, cuando se ‘pierde’ una hora y hay más oscuridad, suele haber mayor tendencia al ánimo depresivo».
En palabras de Gurutz Linazasoro, «como el cambio no es tan drástico, probablemente necesitemos 3-4 días para adaptarnos totalmente a la nueva situación». Aunque asegura, «hay personas que pueden tener un riesgo más alto de estar alterados, sobre todo los niños y las personas mayores, y muy especialmente las personas con Alzheimer».
«En contra de lo que se pueda pensar, a las personas con Alzheimer este cambio muchas veces les viene bien, porque al haber más luminosidad se reduce el efecto negativo que la puesta de sol ejerce sobre la conducta de estas personas », explica el neurólogo.