Falacias sobre la nueva ley del tabaco
La norma no discrimina ni minusvalora a los fumadores, ni atenta contra su libertad. Únicamente acota los lugares en los que este hábito o vicio puede comprometer al no fumador. EDUARDO ALEGRÍA EZQUERRA | SERVICIO DE CARDIOLOGÍA INTEGRADO DE POLICLÍNICA GIPUZKOA
Artículo publicado en El Diario Vasco el 02/01/11
A partir de hoy tendremos una ley del tabaco como los demás países desarrollados. A medida que se acercaba este 2 de enero se han ido leyendo y escuchando declaraciones diversas. Pocas han sido atinadas; la mayoría equivocadas, interesadas o simplemente lamentables. Las contrarias a la ley proceden (directa o indirectamente) de las compañías tabaqueras, que creen que van a perder mercado; de los empresarios de hostelería, quienes aducen en que la citada ley dará la puntilla a nuestra tambaleante economía; y de los fumadores, dolidos porque consideran que se les arrincona como apestados. Todos a una manifestando sus opiniones, lo cual es legítimo. Pero también ejerciendo presiones claras o subliminales, que no lo es, sobre los legisladores para que elaboraran otra ley chapuza como la anterior. Menos mal que al final las cosas se han hecho razonablemente bien. Los que tenemos alguna responsabilidad sobre la salud de la gente nos congratulamos. No está de más recordar que el tabaco es la primera causa evitable de las dos enfermedades por las que nos mori(re)mos la mayoría: las complicaciones cardiovasculares y el cáncer. Las falacias sobre este asunto se refutan fácilmente.
¡Ya no vamos a poder fumar en ningún sitio! Este lamento es victimista y exagerado. Ninguna ley prohíbe fumar al que quiera hacerlo, ni ésta tampoco. En modo alguno discrimina ni minusvalora a los fumadores, ni atenta contra su libertad. Únicamente acota los lugares en los que este hábito (o vicio, según se mire) puede comprometer el derecho del no fumador de no hacerlo pasiva o involuntariamente.
La ley anterior avanzó bastante en este campo, pero dejó (vergonzosamente en opinión de muchos) algunas zonas sin regular, singularmente bares y demás. Ahora la ley resuelve esta carencia en la línea de las legislaciones europeas y las recomendaciones de las entidades sanitarias internacionales. De modo que seguiremos aconsejando a los fumadores que lo dejen y ofreciéndoles ayuda para conseguirlo, pero si quieren seguir fumando podrán continuar haciéndolo. donde no nos molesten a los no fumadores.
¡Los bares van a perder montones de dinero y mandar al paro a muchísimos! Parece mentira que los hosteleros utilicen este argumento plañidero y catastrofista. ¿Alguien puede creer en serio que impedir fumar en los bares va a dejarlos vacíos u obligar a que cierren masivamente como amenazan? La gente seguirá yendo exactamente igual que ahora a alimentarse, alternar, beber y divertirse. Solo que los fumadores sencillamente dejarán de disfrutar de la bula que tenían hasta ahora de llenar de humo el local. Y se acostumbrarán enseguida a salir un ratillo a fumar en la calle cuando les apetezca. Es lo que ha pasado en todos los países sin ninguna consecuencia y no va a ser diferente en el nuestro. Sí tienen razón los hosteleros, en cambio, en protestar de la inutilidad de las obras de adaptación de los locales que hicieron hace unos años. ¡pero tuvieron la oportunidad de no hacerlas y eligieron, equivocadamente, la opción de dar facilidades a sus clientes para fumar!
¡Lo del tabaquismo pasivo es un cuento! Puede que se hayan exagerado los peligros del humo de segunda mano. Pero aunque sean leves, basta con que haya colectivos más perjudicados (los camareros con razón han reivindicado esta ley) o que el tabaco ambiental produzca otras molestias para que deba evitarse.
¡Ésta no es la manera de luchar contra el tabaquismo! Cierto, y esta ley no tiene esa finalidad. Solamente pretende anteponer el derecho de los no fumadores a no inhalar un humo que les molesta e incluso les puede dañar la salud al de los fumadores a fumar donde les venga en gana. Como el primero depende del segundo y es dicotómico (sí/no), es lógico que se acote el segundo, que puede ejercerse en cualesquiera otras circunstancias.
¡La actitud del Gobierno es ambigua: por un lado prohíbe fumar y por otro se forra con los impuestos del tabaco! Cierto, pero ¿qué otra alternativa hay? Una prohibición absoluta se consideraría legítimamente como una intrusión inadmisible en la autonomía personal. Razonable es, pues, asegurarse de que la opción personal por una actividad perjudicial para la salud (el tabaco es una de las pocas cosas que no tiene ningún efecto beneficioso, en nadie y en ninguna cantidad) no molesta o perjudica a los que no quieren ejercerla y se ven obligados a ello por compartir espacios en los que el hecho de que unos fumen obliga a hacerlo a otros que no quieren. Y, por supuesto, gravar el tabaco con los impuestos más altos que se pueda. Es uno de los métodos más efectivos para que los jóvenes no se inicien en el vicio. Y permite además que recaiga sobre los fumadores un porcentaje mayor del enorme gasto que suponen las enfermedades causadas por el tabaco, que pagamos todos a escote.