¿¡Se dopan todos!?
Eduardo Alegría Ezquerra, Jefe del Servicio de Cardiología Integrado de Policlínica Gipuzkoa
Muchos se lo preguntan y bastantes están convencidos de ello. No es fácil saber si son minoría o mayoría los deportistas profesionales que recurren al dopaje (entendido como el empleo de procedimientos ilegales para aumentar el rendimiento deportivo artificialmente). Las informaciones disponibles se presentan e interpretan con diversos sesgos (desde lo políticamente correcto hasta lo penal pasando por el fanatismo, el cotilleo y el chovinismo) y más despistan que ayudan. Los que lo sospechan y los que afirman que el doping probablemente es más frecuente de lo que las autoridades deportivas nos intentan convencer se basan en diversos argumentos.
El primero es la propia índole del “deporte” profesional. En el deporte por afición el aspecto mercantil se limita al equipamiento; el resto es disfrute, superación de retos o empleo sano del tiempo libre. En los deportistas profesionales todo es negocio: su único objetivo es ganar. Cuanto más destacan (ganando carreras, partidos o torneos) mejores sueldos, incentivos, primas y contratos profesionales o publicitarios obtienen. Es lógico, pues, sospechar que bastantes puedan caer en la tentación de “ayudarse” (por iniciativa propia u obedeciendo dócil o interesadamente a entrenadores y médicos, también partícipes de las ganancias) de cualquier método que les ayude a ganar. Máxime si saben que alguno de sus rivales los usa y se creen en desventaja. A muchos les suenan cínicas declaraciones como “por la pureza del deporte”, “sana competitividad” o “la salud del deportista es lo primero”; lo que se ve cotidianamente es individualismo, marrullería y mercantilismo.
El segundo argumento es la existencia de especialistas. Hay médicos deportivos que intentan lealmente ayudar a la gente a que practique deporte con el máximo disfrute y el mínimo riesgo. Pero esos no son famosos. Los conocidos, solicitadísimos y remuneradísimos son justamente los que bordean -o directamente traspasan- la legalidad. Cabe pensar que si existen es porque tienen clientela y no parece lógico que monten organizaciones tan complejas y extendidas para unos pocos clientes. Lo mismo puede decirse de los encargados de la logística de los productos dopantes (“camellos”). Cuando aparecen noticias sobre desmantelamiento de estas redes, muchos inevitablemente piensan que una red es una amplia organización piramidal de suministradores, distribuidores y consumidores y no les tranquiliza nada (más bien les hace sospechar intereses ocultos) que las autoridades deportivas aseguren ufanamente que se trata de casos aislados.
También hacen sospechar prestaciones y mejoras de resultados espectaculares inesperados o cambios corporales velocísimos, difíciles de conseguir simplemente con chuletas o con el entrenamiento. De hecho, parece que los productos estimulantes no autorizados se usan mucho en los periodos de preparación para una competición, con el fin de aumentar la intensidad de los entrenamientos.
No vale argüir que el dopaje se circunscribe a casos aislados en algunos deportes y que gracias a los controles estrictos acabará. Muchos piensan que está presente en casi todos los deportes. Es lógico que esté más extendido en los que mayores cantidades de dinero mueven, y también en los que la condición física interviene decisivamente (los convencidos de que en el fútbol no hay dopaje porque lo que cuenta es la clase y no el físico deberían pararse a pensar por qué los porteros tienen carreras más largas o, simplemente, por qué las estrellas tienen que retirarse; ¡no es porque se les olvida la técnica!).
Parece, en conclusión, que el dopaje en el deporte es como la limitación de velocidad en las autopistas. Son muchos los que se pasan, pero solamente multan a los pillados in fraganti. Los multados no son necesariamente los que más asidua o flagrantemente infringen las normas, sino los que tienen la mala suerte de estar en el sitio y el momento inoportunos o los que apuran los límites. Está muy bien que haya organismos de control y que se sancione a los culpables, pero no estaría mal que se regulara de verdad el dopaje en el deporte profesional. Como es casi seguro que seguirá existiendo por las razones apuntadas, cada vez hay más partidarios de liberalizar el consumo de ayudas farmacológicas dejando a la responsabilidad de los médicos especialistas asegurarse de que no perjudiquen la salud de los deportistas profesionales (quienes muchas veces anteponen los triunfos a la salud y no al revés). Así todos podrían competir en igualdad de condiciones y no caer en una espiral forzosa de ilegalidad por emulación o intereses espurios, que brota mediáticamente con fuerza de vez en cuando pero que quizá sigue medrando clandestinamente en muchos ámbitos y parece que a nadie le interesa cortar.